(Foto: J.J. Guillén; Agencia EFE)
El 10 de febrero de 2019, un retraso en su vuelo evitó a Inés Arrimadas su foto en la plaza de Colón, al lado de Casado y Abascal. Aquella inesperada (¿) ausencia hizo correr ríos de tinta sobre las supuestas ( o no) desavenencias entre Rivera y su principal activo político, la mujer que había logrado desbancar al nacionalismo catalán del liderazgo en las elecciones autonómicas y que ahora se ofrecía a ser “sacrificada” como candidata por Madrid. En las siguientes semanas, Albert Rivera quemó en la pira de la (extrema) derecha gran parte del capital político que había adquirido, con astucia, paciencia y algo de suerte, durante más de una década y dejó a Ciudadanos al pie de los caballos montados por Casado y Abascal y a Inés Arrimadas convertida en punto más que enterradora de aquél lejano sueño de centrismo.
Posiblemente, cuando dentro de cincuenta años los estudiosos de las ciencias sociales y políticas analicen nuestro tiempo, con menos pasión y mala leche de lo que hacemos ahora, darán con las claves que expliquen esta suerte de década de efervescencia política en la que andamos embarcados. El surgimiento, crisis y reconversión de Podemos; el devenir del PSOE, con herida interna de flanco a flanco; la travesía del PP, de vuelta a los brazos de FAES. Pero si alguna formación representa lo lábil del tiempo político actual es Ciudadanos, de minoría periférica a candidato a la Moncloa y de nuevo a la práctica irrelevancia tras un viraje ideológico del centro a las posiciones más conservadoras. Rivera pasó de ser “socio preferente” de Pedro Sánchez, en los albores de 2016, al enemigo de buena parte de la militancia socialista, convertida en hinchada “anti-naranja” al grito de “con Rivera, no” después de aquella sentencia suya que le arrinconó de manera definitiva. “Nunca pactaré con el PSOE”. Y Ciudadanos dejó de ser una opción.
Esta mañana Arrimadas apoyó la renovación del Estado de Alarma por cuarta vez. De repente, la ausente en la foto de Colón, ha abierto un escenario inesperado, nuevo y que sitúa a la formación naranja de nuevo en actor protagonista. Desde el inicio de la crisis sanitaria, la presidenta de Ciudadanos se esforzó en distanciar sus posiciones de las de Pablo Casado y de Vox. Ofreciendo acuerdos, favoreciendo la mayoría gubernamental, transaccionando votos por propuestas, Inés Arrimadas ha conseguido –de momento- que Ciudadanos tenga un valor mucho más alto que el número de sus diputados y generar un espacio de acuerdo ex novo, que no dependa en exclusiva de las formaciones nacionalistas. El espacio que Pedro Sánchez había propuesto en su primer intento de Investidura y que, entonces, hizo imposible el desacuerdo entre Rivera e Iglesias. Es imposible aventurar si esta nueva posición es una decisión estratégica, de un partido que aspira a ser corresponsable de la gobernabilidad como otros tantos en Europa o un movimiento táctico limitado de escaso recorrido. En todo caso Arrimadas ha devuelto a Ciudadanos un papel relevante en la política española, se ha librado de la facción más conservadora de su partido –Girauta se ha ido dando un portazo en el Twitter- y ha convertido en inútil al PP. La abstención in extremis del partido de Casado no puede evitar una foto parlamentaria en la que las posiciones populares no tenían relevancia aritmética –aunque sí la tienen socialmente, como es obvio- ; el disparatado discurso del presidente popular algo tenía de “despecho” y los intentos de Núñez Feijoo de modificar su posición en cuestión de horas – de la frontal oposición a la renovación del Estado de Alarma a un “apoyo matizado”- indican que la presidenta de Ciudadanos les ha pillado con el pie cambiado.
El Covid 19 nos ha deja decenas de miles de muertos. Familias rotas que no han podido siquiera despedirse. Miles de empresas cerradas y un escenario económico y social que más parece de postguerra. El coronavirus ha dejado al descubierto nuestras costuras; las de un sistema sanitario hospitalocéntrico que sólo se salvó con el confinamiento del país y la entrega de miles de profesionales agotados, enfadados y tristes. Nos deja las heridas de un sistema sociosanitario que nunca fue una prioridad pese a la realidad demográfica española y el ejemplo del norte de Europa. Nos deja mucha tarea por delante para reconvertir nuestra economía, fortalecer el sistema educativo, seguir explorando y ampliando el papel de la tecnología en el ámbito laboral y formativo y evitar la pérdida de derechos en un país con una economía más que encogida. Pero nos deja también la perentoria necesidad de acuerdos políticos para acometer reformas. Acuerdos en una Europa, en una Unión Europea, que os de todos o no es. Acuerdos para consolidar y potenciar las instituciones locales que se han convertido en la Administración más capaz y ágil en esta crisis. Acuerdos para eso que llamamos “co-gobernanza” central y autonómica, desde la humildad, la lealtad y el reconocimiento de errores por parte de todos; salir, vamos, de ese «confortable» lugar en el que Sánchez es el culpable de todo . Y acuerdos políticos de largo alcance. Algo que líderes de otra generación fueron capaces de hacer en momentos tanto o más difíciles. Tal vez esa senda inesperada que se abrió esta mañana debiera ensancharse y continuarse. Tal vez por ella debieran transitar organizaciones políticas que no lo tienen fácil para entenderse pero que tienen la obligación y la responsabilidad de hacerlo porque el momento así lo exige. Tal vez después del Estado de Alarma haya una oportunidad para el acuerdo. Ojalá.